martes, 29 de julio de 2008

“El ahora ahora ya no estaba”

“El ahora ahora ya no estaba”
Esta vez no era tan sencillo. Si bien había pasado casi toda su vida siendo neologista, la tarea requería de toda su creatividad, concentración y compromiso, pues se trataba de fabricar la palabra más hermosa. Por el tiempo no se preocupaba, suficiente había perdido durante más de dos milenios creando palabras para personas que no le daban el justo significado; que las deformaban y empleaban de forma errónea o simplemente, confundía y desvalorizaban el poder de las palabras. Estaba cansado, pero, de alguna manera sentía que era tiempo de crear la palabra más hermosa. Había estado tan ocupado creando las palabras adecuadas y perfectas para otras personas que había postergado la creación de la suya. Ahora que lo pensaba, a su vez entendía en carne propia el miedo, temor, incertidumbre, las ansias e, incluso, la felicidad, palabras que recordaba con cariño por ser algunas de sus primeras creaciones.
El sol pasó frente a su ojo miles de veces y el seguía ahí; sentado cauteloso, con una hoja al frente y la tinta encarnada a su dedo: pensando, recordando. Sentía que la palabra que había creado y regalado a Hebe se le terminaba. Necesitaba su palabra, ansiaba tenerla, era la única forma de volver a ser joven. Justo cuando el sol lo invitaba a rendirse llegó a su cabeza la palabra más hermosa. Por fin la había encontrado. Torpe y en completo estado de éxtasis comenzó a escribirla, repitiéndola en su cabeza una y otra vez, una y otra vez. Presionaba la tinta tan fuerte contra el papel como si quisiera marcarla para siempre. Al terminar, vio el papel fijamente, lo pasó por sus dedos con suavidad, lo llevó hasta su nariz y, en un arranque de frenesí, abrió la boca y lo tragó con el mayor cuidado para que su garganta no pudiera dañar la palabra más hermosa. Minutos después al llegar a su estómago, la palabra se desvaneció. De su estómago comenzaron a brotar ríos caudalosos de letras y palabras, y cada letra y cada palabra iba carcomiendo, devorando la piel y la carne del neologista hasta no quedar nada de el.
Daniel Alberto Amaro Vázquez

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